El puente antiguo, construido, en 1380, contaba con 68 arcos apuntados, número que se redujo a 63 en 1718; y a 58 en 1721. Tenía dos torres, y entre los arcos 20 y 22, una capilla con hospital para pobres y peregrinos. Fernán Pérez de Andrade los mandó construir en 1384 y Juan I los dota con el yantar, el portazgo, y el diezmo de la madera de la villa. Fundó también dos capellanías que dejó a cargo del convento de santa Catalina de Montefaro, con la obligación de reparar la capilla y hospital cuando fuese necesario.
Hace muchísimos años vivió en estas tierras una hermosa joven que poseía inmensas riquezas y todos los terrenos que hay de una y otra orilla del río Eume. Un día quiso visitar sus haciendas de la ribera opuesta y atravesó el río, que entonces era muy poco caudaloso, en una ligera embarcación. Se detuvo tanto tiempo en la otra orilla que cuando volvió a buscar su batel para regresar al castillo, se encontró con la inesperada sorpresa de que el río había crecido enormemente y estaba convertido en un brazo de mar.
La barca y los dos hombres que en ella quedaron habían sido arrastrados por la corriente. Esto irritó bastante a la joven dama que precisaba volver de inmediato a su castillo, pues asuntos urgentes la requerían allí. Maldijo su suerte, pero al poco rato apareció a su lado, discretamente, un joven bien vestido que hablaba de muy buenas maneras.
Este le brindó la oportunidad de atravesar fácilmente el río sin pedirle a la dama otro favor que el de marcar con su sello un pergamino que el joven portaba enrollado en su mano. La ofuscación desesperada de la joven, en su deseo por llegar cuanto antes a su castillo, la impulsó a rubricar el pergamino sin detenerse en su contenido. Al pronto apareció ante sus ojos el puente que hoy atraviesa la ría, envuelto en una diabólica niebla y el olor a azufre apestó la comarca durante varios días.
Al joven no se le volvió a ver hasta un par de años después, que, llamando a las puertas del castillo de la dama, solicitó una audiencia con ella. Entonces le requirió que cumpliera con lo que habían pactado y sellado en el pergamino, en virtud de lo cual la impaciente joven dama era obligaba a entregarle su alma… Esta era la recompensa que el joven requería.
El joven no era más que una imagen ficticia tras la cual se escondía el mismísimo diablo. Para cumplir lo pactado llevó a la Señora a la parte más elevada del puente y le ordenó que se arrojase a las frías aguas del río. Angustiada, la dama pidió protección al Espíritu Santo y el diablo se vio obligado a abandonar a su presa, desapareciendo para siempre. En el lugar de estos hechos, la noble dama en agradecimiento, mandó construir una capilla, y desde entonces, al puente lo llamaron Ponte do Demo, que quiere decir Puente del diablo, y así fue derivando en Ponte-demo… Ponte-deume…
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